LAS
CIENCIAS NATURALES Y LOS CAPITULOS 1-11 DEL GENESIS
La
verdad de la Biblia
Según
la doctrina católica, la verdad es
prerrogativa de la Biblia. No
puede haber falsedad en ella, porque esos libros son palabra de Dios, y todo lo
que el escritor afirma lo dice también el Espíritu Santo. Sin embargo, sucede a
veces que se va buscando en la Biblia una verdad que ella no pretende enseñar.
Se trata de un libro religioso; Dios ha querido comunicamos en él las verdades de
nuestra salvación. Está fuera de razón exigir a la Biblia conocimientos y datos que el hombre
debe buscar en las diversas ramas de la ciencia. Cuando no se tiene en cuenta este
principio surgen problemas insolubles. En cambio, bien comprendida esta verdad
de la fe, e interpretando correctamente el lenguaje de la Biblia, no existe cuestión
alguna que no encuentre solución satisfactoria. Si alguna vez surgiera el
conflicto entre la Ciencia y la Biblia, sería artificial y aparente; en tal
caso o la ciencia no es ciencia, o la Biblia no es BibIla.
Durante
los siglos XIX y XX han sido objeto de grandes controversias los once primeros capítulos del Génesis. Estas páginas relatan los orígenes del
universo, de la tierra y del hombre. Al menos en apariencia hay una clara incompatibilidad entre los datos que nos transmite la Biblia y las certezas que nos suministra
la ciencia. Pongamos un ejemplo: ¿cómo compaginar la creación del mundo, realizada
en seis días, con los millones de años de que nos habla la Geología? ¿Se puede unir
la formación del hombre por Dios, moldeándolo del lodo de la tierra, con la lentísima
evolución de las especies? Estos son algunos de los problemas. Vamos a ver la
solución analizando cada caso concreto.
La
creación del mundo
El
libro del Génesis presenta la aparición del universo en el espacio de
seis días, al término de los cuales Dios tuvo que descansar. Son días de
veinticuatro horas, pues se dice que tienen mañana y tarde; nada, pues, de
largos .períodos de siglos. En cambio, la geología y la paleontologia piden
para la creación del mundo millones de años. Pensemos los siglos que son
necesarios para la solidificación de la corteza terrestre y el enfriamiento de
los metales.
La
respuesta a este problema está en que el Génesis no habla como libro de ciencia. El autor es hombre de fe y quiere dar una lección de catecismo. El
mensaje religioso que desea transmitir es éste: "No hay más que un solo
Dios, que es el Creador de todo lo que existe. Las cosas, aun las más nobles en
apariencia, como la Luna y el Sol son hechura de Dios. Y el hombre, rey de las
cosas creadas, debe dedicar seis días al trabajo y el séptimo a descansar".
Para
comunicamos estas verdades religiosas, las únicas que él intenta ofrecer, el catequista
que compuso esos capítulos emplea el esquema artificial de la semana.
Es un procedimiento literario. Los días, ya se ve, no son cronológicos, sino puramente
literarios. Esto es evidente, pues se cuenta el día primero, aunque el sol no
aparece hasta el cuarto; ¿con qué medida contaron los días anteriores? En una
palabra, quien así escribe encierra la creación en seis días, como un poeta
podía distribuirla en seis sonetos y un artista pintarla en seis cuadros.
La
formación del hombre y de la mujer
La
Biblia presenta a Dios formando al hombre del barro de la
tierra y sacando a la mujer de la costilla de Adán. Todo ello en un mismo día. La
Biología, en cambio, habla de una evolución lentísima, de miles y miles de
años, con muchas etapas sucesivas y enlazadas, hasta que por fin apareció el hombre.
El
problema se desvanece cuando caemos en la cuenta de que quien escribe esa página
del Génesis no es ningún especialista científico, precursor de Newton, Darwin o
Laplace. Es sólo un catequista que habla a lectores elementales y primitivos.
No intenta hacer ciencia, sino catequesis. Lo que él quiere expresar es la
grandeza del ser humano por encima de los demás animales, la incomparable dignidad
del hombre y de la mujer, la maravilla del amor nupcial entre ambos.
Para
ello, con evidentes antropomorfismos, el relato convierte a Dios en un
alfarero, que moldea el barro; o hace de él un cirujano, que anestesia a Adán para
arrancarle la costilla. Son maneras de hablar.
También nosotros decimos de alguien que "está hecho polvo, está
hecho tierra"; o para referimos a personas muy amigas, decimos que son
"uña y carne". Y a nadie se le ocurre tomar estas expresiones
al pie de la letra.
El
paraíso terrenal
Es verdad
que en algún rincón de la tierra tuvieron que vivir los primeros hombres. No eran espíritus, sino seres de carne y hueso, que ocupaban espacio.
Pero, ¿dónde estaba ese jardín paradisíaco, ese edén maravilloso, con tantos árboles
y ríos? ¿Dónde hay que situar a los primeros habitantes de la tierra? ¿En qué
región del globo encontraremos los esqueletos más primitivos? Este es un
problema que debe resolver la ciencia; no es asunto de la religión.
Lo
que la Biblia quiere expresar, con la descripción del paraíso, no es la realidad
material, sino la situación espiritual del hombre antes de apartarse de Dios.
Para un oriental, que ha vivido en la tierra árida de Palestina y ha
peregrinado muchos años por el desierto, el colmo de la felicidad está en una región que tenga
muchos árboles y mucha agua. Todo ello es un símbolo para pintar el estado de
dicha anterior al pecado. Con la misma intención se presenta a Yavé paseando al
atardecer con nuestros primeros padres. Es un modo plástico de expresar la
amistad de Dios con el hombre. ¿No decimos nosotros "esto es la
gloria", o al revés "esto es un infierno", cuando
queremos pintar una condición dichosa, o una situación insufrible?
El
pecado de Adán y Eva
No
sabemos en qué consistió el primer pecado de la humanidad. Lo más cierto es que el hombre peca desde siempre. Hay
dentro de nosotros fuerzas oscuras y rebeldes, que nos empujan al orgullo, a la
avaricia, al egoísmo. También los primeros hombres podían haber entonado el "yo,
pecador".
Lo
que sí podemos decir es que la fruta y el árbol son símbolos literarios; no
tenían más realidad que las algarrobas del hijo pródigo. Es decir, los árboles
del jardín y la fruta que comieron son maneras de hablar, que no permiten
mayores precisiones. ¿Ha querido el autor aludir al uso indebido de las fuentes de la
vida? Es una hipótesis que no podemos excluir en términos absolutos, pero no merece mayor
crédito que cualquier otra. En la condición presente de los estudios es preferible
ser más modestos y confesar, con sencillez, que no lo sabemos.
Cualquier
teoría fundada es válida, mientras deje a salvo lo que la Iglesia enseña sobre el pecado original.
El
diluvio
El
Génesis habla de una inundación calamitosa, que parece haber
abarcado la tierra entera, anegando bajo las aguas hasta las más altas montañas. Con la irrupción de aquella catástrofe, que Dios habría desatado como castigo de
innumerables pecados, habría desaparecido la humanidad entonces existente, a
excepción de la familia de Noé. ¿Sucedieron las cosas así?
Hoy
no podemos pensar en diluvios tan universales y absolutos. Ahora sabemos que la
profundidad media de los mares no alcanza la altura media de las montañas; ¿cómo, pues, podían las aguas del océano rebasar las cimas más altas?
Además, en la magna ignorancia geográfica de entonces, ¿qué sabían ellos sobre el
tamaño y la forma de la tierra? Por otra parte, ·¿cómo vamos a imaginamos un barco
gigantesco, construido con la técnica rudimentaria de aquella época, en el que
se alojaran todos los animales? ¿Cómo podían convivir en el arca animales tan
opuestos como los lobos y los corderos? ¿Dónde podían almacenar víveres y
provisiones para tantas bocas y tantos días? ¿Podía atenderles una sola familia,
cuando el cuidado de cualquier parque zoológico absorbe el trabajo de muchos empleados?
Estas
preguntas nos llevan a pensar que, más que un diluvio universal, el libro
bíblico recuerda alguna calamidad espantosa, como podía serlo cualquier grave
inundación. Y el relato literario de la misma, como otros más que hay en el Génesis,
se halla recogido en diversas literaturas orientales. Lo característico de las narraciones
bíblicas es su riguroso monoteísmo, que tanto contrasta con el politeísmo de los demás pueblos.
¿Qué
ha querido Dios enseñamos con este relato del diluvio? Quizá que los grandes
pecados de los hombres tienen algo que ver con los desastres de la naturaleza.
Tal vez Dios nos esté diciendo que, aun en las situaciones más desesperadas de
la humanidad, El puede salvarnos y una minoría puede comenzar de nuevo.
La
longevidad de los patriarcas
El
capítulo 5 del Génesis enumera los descendientes de
Adán hasta llegar a Noé. La lista comprende diez nombres, cada uno de los cuales vive cientos de años; el
que se lleva la palma es Matusalén, que muere a los novecientos sesenta y nueve años. Son cifras difíciles de creer, cuando hoy, con avances asombrosos en
medicina, son pocos los que llegan a los cien años. ¿Cómo podían aquellos
hombres antiguos acercarse a los mil? La verdad es que aquellos hombres vivían
menos que nosotros. Eso asegura la ciencia.
¿Cómo
se explican, entonces, esos números tan abultados? En Israel, como en otros
pueblos y culturas, los números tenían a veces valor simbólico. Al escribir la
historia de los patriarcas y asignarles gran cantidad de años, ¿qué querían expresar?
Tal vez pretendían subrayar la categoría excepcional de aquellos personajes.
Quizá les atribuyen edades tan altas porque estaban convencidos de que la
sabiduría llega con los años y la nobleza familiar arranca de unos antepasados
muy remotos.
Este
empleo de los números es común a otros pueblos orientales. Unas tablas cuneiformes,
publicadas por LANGDON hace años, otorgan a los monarcas sumerios reinados de
hasta treinta y dos mil años. Es un modo de hablar. ¿No decimos nosotros "hace
un siglo que no te veo", "te lo he dicho mil veces", sin
tomarlo al pie de la letra?
La
torre de Babel
Los
hombres, antes de dispersarse por toda la tierra, deciden edificar una torre que
llegue hasta el cielo y los haga famosos. Dios castiga su arrogancia. Y les confunde las lenguas de modo que ya no podían entenderse unos a otros. Así explica
el relato bíblico la división de los hombres en razas, lenguas y
pueblos. Es una explicación popular, tal vez una narración etiológica. La
ciencia asegura que la diferenciación de las lenguas, como la dispersión de
los pueblos, son procesos de infinita lentitud.
Si
colocamos estos datos de la Biblia en una perspectiva teológica, ¿qué
conclusiones podemos deducir de aquí? La ruptura que causa el pecado es total;
no sólo aparta al hombre de Dios, sino que aleja a
los hombres entre sí: ya no son capaces de entenderse unos a otros. Babel, con
su proyecto de edificar una altísima torre -los ziggurat de Babilonia
eran torres escalonadas-, es el símbolo del orgullo humano, que tanto repugna a
Dios. El día de Pentecostés vendrá el
Espíritu sobre los discípulos y hará posible que, hablando los apóstoles una
sola lengua, cada uno les entienda como si hablaran la suya propia. El proyecto
de unión entre los hombres, si sopla sobre ellos el Espíritu, ya no
resulta inútil.