9. La
primera Comunión
Un libro
que le acompañará toda la vida
En febrero de 1826 murió
la abuela. Para Juan supuso un dolor profundo. (El nieto más pequeño, ya se
sabe, es el preferido de la abuela.) Pero fue también una pérdida relevante
para la familia: la viejecilla era autoritaria, pero estaba atenta a los
chiquillos y sabía levantar la voz cuando era necesario.
Fue probablemente con
ocasión de la sepultura cuando mamá Margarita se desahogó con el párroco don
Sismondo. Juan crecía visiblemente, y se manifestaba (a diferencia de José)
vivaz, apasionado, incluso rebelde. Ella hacía todo lo que podía para ayudarlo
a crecer bien. ¿Pero, a la larga, la falta del padre no se sentiría? Pidió que
su niño, aunque todavía no tenía once años (en aquel tiempo era preciso haber
cumplido al menos doce) pudiera hacer la primera Comunión.
Margarita era una
cristiana verdadera, y creía que la Eucaristía daría a Juan la fuerza para
hacerse responsable, en una vida todavía abierta de par en par a la
incertidumbre. «Quizás la particular condición afectiva suya (de Juan) y de la
madre influyeron en la decisión del párroco —escribe Pedro Stella— que le
concedió la Comunión a los casi once años» (ST 1,31).
Para ser admitido a la
Comunión era necesario aprender el Breve Catecismo para los niños y
después hacer un examen. Juan leía ya bien y Margarita conocía de memoria
largos párrafos de aquel librillo.
Se llamaba Breve,
pero para un chico era largo: 14 lecciones, cada una formada por una veintena
de preguntas y respuestas, con frecuencia minuciosas y abstractas.
Evidentemente un niño de 10 años y medio no podía aprender de memoria todo
aquello. Con la ayuda de la mamá, Juan aprendió las cosas principales,
descartando las difíciles y aburridas.
El
«condensado» de Don Bosco
¿Qué tomó y qué descartó
Juan? Es difícil decirlo, pero cuando sea sacerdote y deba preparar a otros
niños a la primera Comunión, Don Bosco hará un «condensado» del Breve
Catecismo. Lo reducirá de 14 a 9 lecciones, y en cada una reducirá el
contenido a la mitad y simplificará las respuestas. Repetirá muchos años
después —podemos pensar— lo que había hecho en las colinas de I Becchi con la
ayuda de su madre.
Conmueve un poco pensar
que aquellas preguntas y respuestas fueron las primeras que Margarita ayudó a
imprimir en la mente de su Juan, orientándolo para siempre sobre los grandes
problemas de la vida y de la muerte. «Quien quiere explorar las “fuentes” de la
manera de pensar y de educar de Don Bosco, difícilmente podrá exagerar el
influjo ejercido por el Breve Catecismo que él aprendió de su madre» (P.
Braido).
Del «condensado» que Don
Bosco hizo, transcribo la primera y la quinta lección (las exigencias de
espacio no permiten hacer más).
Aquellas palabras
sencillísimas Don Bosco las llevó siempre en la mente, las explicó a infinitos
chicos, y las presentó incansablemente en sus libros y en sus conversaciones.
Nos explican su mentalidad.
LECCIÓN
PRIMERA
Pregunta: ¿Quién
te ha creado?
Respuesta: Me ha
creado Dios.
P. ¿Con qué fin Dios te ha
creado?
R. Dios me ha creado para
conocerlo, amarlo, servirlo en esta vida, y por
medio de esto llegar a
gozar de él para siempre en la patria celeste.
P. ¿Quién es Dios?
R. Dios es un espíritu
perfectísimo, creador y Señor del cielo y de la tierra.
P. ¿Quién ha creado a
Dios?
R. Dios no ha sido creado
por nadie.
P. ¿Dónde está Dios?
R. Dios está en el cielo,
en la tierra y en todos los lugares.
P. ¿Dios ve todas las
cosas?
R. Dios ve todo, incluso
nuestros pensamientos.
P. ¿Desde cuándo existe
Dios?
R. Dios ha existido
siempre y existirá siempre.
P. ¿Cuáles son los
misterios principales de nuestra santa fe?
R. Los misterios
principales de nuestra santa fe son los de la unidad y trinidad de Dios, y el
de nuestra redención.
P. ¿Qué quiere decir
unidad?
R. Unidad quiere decir que
hay un sólo Dios.
LECCIÓN
QUINTA
P. ¿Jesucristo volverá de
forma visible a esta tierra? R. Sí, él volverá al fin del mundo.
P. ¿Qué vendrá a hacer al
fin del mundo?
R. Vendrá a juzgar a los
vivos y a los muertos, o sea, a los buenos y a los malos.
P. ¿De qué nos juzgará?
R. De todo el bien y de
todo el mal que hayamos hecho.
P. Cuando el hombre muere,
¿dónde se lleva el cuerpo?
R. Cuando el hombre muere,
su cuerpo se lleva al Sepulcro.
P. ¿Y su alma dónde irá?
R. Su alma que es inmortal
deberá presentarse delante de Dios para ser juzgada.
P. ¿Cuántas clases de
juicio hay?
R. Hay dos juicios: uno
particular, otro universal.
P. ¿Cuál es el juicio
particular?
R. Es aquel que Jesucristo
hace del alma de cada uno inmediatamente después de la muerte.
P. ¿Cuál es el juicio
universal?
R. El juicio universal es
aquel que Dios hará de todos los hombres al fin del mundo.
P. ¿Dónde van aquellos que
mueren en gracia de Dios?
R. Los que mueren en
gracia de Dios van al paraíso.
P. ¿De qué gozan los
buenos en el paraíso?
R. Estarán allí por toda
la eternidad.
P. ¿Dónde irán aquellos
que mueren en pecado mortal? R. Los que mueren en pecado mortal irán al
infierno.
P. ¿Qué penas sufrirán los
condenados en el infierno?
R. La privación de la
vista de Dios, el fuego eterno y todo tipo de mal sin bien alguno.
P. ¿Por cuántos pecados se
puede ir al infierno?
R. Basta un solo pecado
mortal16.
Mejor, al
menos un poco
Entre pregunta y pregunta,
Margarita contaba a Juan los hechos más bonitos de la vida de Jesús: la
resurrección de Lázaro, la curación de los leprosos y del ciego de nacimiento,
la multiplicación de los panes, la tempestad calmada por sus palabras, la
Última Cena, la Pasión, la Muerte y la Resurrección. Como tantas madres que han
transmitido a los hijos el gusto de imaginar y de contar, Margarita debía ser
una gran narradora. Juan, encantado, aprendía de ella a conocer y a amar a
Jesús.
En Cuaresma intentó
asistir con frecuencia a la catequesis. Si llovía, abría el paraguas y se ponía
los zuecos. El zagal compañero suyo, que lo veía salir con aquel mal tiempo, lo
contará bastantes años después.
La Pascua de 1826 caía en
26 de marzo. En la iglesia de Castelnuovo se amontonaban muchos niños, muchos
padres y madres, muchas flores y amigos. Don Sismondo no lograba tener a todos
callados. En aquella bulliciosa y un poco confusa asamblea, era difícil pensar
en el «centro» de todo: en el encuentro con Jesús.
Margarita, no obstante,
estaba al lado de su hijo. «No me dejó hablar con ninguno. Me acompañó a la
comunión. Hizo conmigo la preparación y la acción de gracias. Aquel día me
repitió varias veces:
—Hijo mío, estoy segura de
que Dios se ha convertido en el dueño de tu corazón. Prométele que te
comprometerás a ser bueno durante toda la vida.
He recordado siempre las
palabras de mi madre. Antes no tenía ninguna gana de obedecer. Respondía
siempre a quien me daba un mandato o un consejo. Desde aquel día me parece que
soy mejor, al menos un poco» (Memorie, 23).
10. A los 12 años en busca de trabajo
El libro
junto a la azada
Junto a don Lacqua, Juan
había completado la escuela elemental inferior en dos inviernos. Para Antonio
(que había tolerado ya de mala gana esta novedad) el asunto había terminado.
Ahora Juan tenía que coger la azada como todos y sudar en las viñas.
Juan en cambio tenía la
esperanza de continuar los estudios: en Castelnuovo, donde el ayuntamiento
había abierto, junto a las escuelas elementales, un curso de latín estructurado
en cinco cursos; o incluso en Chieri.
En rápidas escapadas a
Capriglio se hacía prestar nuevos libros de su maestro, y utilizaba todo retazo
de tiempo para aprender algo más.
«Con una mano cogía la
azada, con la otra la gramática.»
Junto con los otros
cavaba, sachaba, recogía la hierba. Pero, llegada la hora de la comida, se
ponía a un lado. Mientras mor- día el pan, reabría las páginas. También durante
la cena, muy entrada la tarde, había un libro constantemente abierto junto a su
plato.
«No obstante tanto trabajo
y tanta buena voluntad —escribe Don Bosco—, Antonio no estaba satisfecho. Un
día, con tono decidido, dijo a mi madre y a mi hermano José:
—Es hora de acabar con
esta gramática. Yo me he hecho grande y fuerte y no he tenido nunca necesidad
de libros.
En un arrebato de dolor y
de rabia respondí:
—Tampoco nuestro burro ha
estado en la escuela, y es más fuerte que tú.
Con aquellas palabras Antonio
se enfureció y a duras penas pude escapar de una lluvia de puños y de tortas.
Mi madre estaba consternada y yo lloraba» (Memorie, 27s).
El frío
en el corazón
Este choque (el último de
una larga serie) tuvo lugar en enero de 1827. Cada año, por la fiesta de la
Anunciación (25 de marzo), salían los padres de las familias pobres con los
hijos mayores en dirección al mercado. Allí se daban cita los patrones de las
granjas, que venían a «alquilar» los chicos por un año de trabajo. Por ocho
meses de trabajo (abril-noviembre) como aprendiz de establo o labrador en los
campos, el chico recibía a cambio el alimento y un rincón donde dormir. Su
padre cobraba de 5 a 20 liras según la fortaleza del chico-trabajador.
También Juan, si no
hubiera logrado convertirse en estudiante, después de un año y pocos meses
hubiera ido al mercado a «ofrecerse» a un amo.
Margarita, sin embargo, la
noche después del arrebato de Antonio, tomó la decisión más amarga de su vida.
De mañana llamó a Juan. Le dijo que Antonio, con sus diecinueve años, un día u
otro le hubiera podido hacer daño seriamente. Ella no lograba pararlo ni
hacerle entrar en razón.
Era mejor que Juan se
fuera de casa pronto, a buscar un puesto de aprendiz.
Le indicó algunas
alquerías de la zona de Morialdo y de Moncucco. Le habló especialmente de una
familia que conocía, los Moglia. Estos vivían en una alquería a algunos
kilómetros de Moncucco y la dueña de la casa, Dorotea Filippello, era de
Castelnuovo.
Juan obedeció a su madre.
Se fue sólo con un hatillo debajo del brazo: algún pañuelo, dos camisas, dos
libros prestados por don Lacqua (el último hilo que lo unía a un porvenir
distinto). Mamá había metido en el hato también una hogaza de pan para calmar
el hambre a lo largo de la marcha. Durante el largo camino, cuando nadie le
veía, la reblandecía con sus lágrimas. Había hielo y nieve en la carretera y en
las colinas.
Bajó hasta Castelnuovo,
después giró a la izquierda hacia Moriondo, y luego a la derecha para Moncucco.
Ocho kilómetros. Lo intentó en las alquerías indicadas por la madre, pero allí
no tenían trabajo para un niño. A mediodía, con el frío que se metía hasta el corazón,
llegó a la granja de los Moglia. Era su última esperanza.
´
La
familia sobre la era
En 1888, a pocos meses de
la muerte de Don Bosco, los salesianos mandaron a I Becchi, a Castelnuovo y a
Moglia, a don Segundo Marchisio, para que recogiese todos los testimonios que
quedaran sobre la niñez de Don Bosco.
En la alquería de los
Moglia, don Marchisio encontró, muy anciana pero muy lúcida, a la señora
Dorotea Moglia, de ochenta y seis años. Junto a ella sus hijos: Ana (nacida en 1822)
y Jorge (nacido en 1825). Los hijos recordaban especialmente episodios contados
por su padre Luis, muerto seis años antes, y repetidos muchas veces cuando Don
Bosco venía a visitarles. (La amistad con los Moglia duró siempre: en 1840 fue
padrino de bautismo del último hijo de Luis y Dorotea, Luis Juan Bautista.)
Dorotea recordaba de memoria aquel lejano mediodía en el que Juan vino a llamar
a su puerta. Ella tenía entonces veinticinco años. Traduciendo del piamontés
las palabras de la viejecita, don Segundo Marchisio pudo reconstruir el diálogo
que se desarrolló en la era. He aquí el testimonio con las mismas palabras
escritas por él en aquel 1888.
«Relación tenida en casa
Moglia donde Juan Bosco estuvo de vaquero desde la mitad de enero del año 1827
hasta la Navidad de 1829.
Mediados de enero de 1827.
La familia Moglia se encontraba en la era preparando los mimbres necesarios
para las viñas, cuando he aquí que se presenta un jovencito con un paquete bajo
el brazo:
Moglia. ¿A quién buscas,
chaval?
Bosco. Busco a Luis
Moglia.
M. Soy yo. ¿Qué deseas?
B. Mi madre me dijo que
viniera a trabajar como vaquero para vosotros.
M. ¿Quién es tu madre? ¿Y
por qué te manda fuera de casa tan pequeño como eres?
B. Mi madre se llama
Margarita Bosco: ella, viendo que mi hermano Antonio me maltrata y me pega
siempre, ayer me dijo: “Toma estas dos camisas y dos moqueros (= pañuelos), ve
al Bausone y llama en algún puesto para que te acojan como criado; si allí no
lo encuentras vete a la alquería Moglia, situada entre Mombello y Moncucco:
allí llamarás al dueño. Dile que soy yo, tu madre, quien te manda y espero que
te acepte”.
M. Pobre chaval, yo no
puedo cogerte ahora porque estamos en invierno y a los vaqueros que tenemos les
despedimos. No solemos contratar hasta después de la Anunciación. Ten paciencia
y vete a casa.
B. ¡Aceptadme, por favor!
Aunque no me déis nada como paga.
M. No te quiero, serás
incapaz de hacer nada.
B. (Llorando) Aceptadme:
si no me siento en el suelo y no me moveré de aquí.
Y diciendo esto Bosco se puso
a recoger con los demás los mimbres dispersos por la tierra. Dorotea Moglia
persuadió a su marido para que le diera al menos durante algún día a aquel
pobre jovencito, como así hizo.
Después de algunos días,
Luis Moglia mandó a Bosco a casa para decir a su madre que viniera a
Castelnuovo el próximo jueves y que con ella acordarían el salario que dar al
hijo. Se convino entregar como paga a Juan Bosco 15 liras anuales. (Es
necesario señalar que en aquel tiempo 15 liras anuales era una paga más bien
generosa para un vaquero de doce años.)» (DESR, 422). Correspondían, más o
menos, a 60.000 liras de 198618.
En las líneas siguientes,
don Marchisio tomó notas de siete hechos que Dorotea y sus hijos contaban en
relación con la estancia de Juan en su alquería.
Cuando se abrió el
«proceso diocesano turinés» para hacer santo a Don Bosco era 1893. La señora
Dorotea había cerrado los ojos en 1890.
Su hijo Jorge fue llamado
a testimoniar sobre los recuerdos «oídos a los padres y a otros familiares».
Sobre el hilo de este
testimonio juramentado suyo, y sobre los siete hechos anotados por don
Marchisio cinco años antes, se puede reconstruir una sutil trama sobre los tres
años pasados por Juan con los Moglia.
ACTIVIDAD
1.
¿Qué enseñanza de la catequesis te parece novedoso?
2.
¿Estuvo bien que Juan tuviera que salir de casa a los 12
años a buscar trabajo?
3.
Escribe cinco palabras nuevas con su respectivo
significado.