La vida religiosa
Al revés de los griegos, que desataron en algunos momentos persecuciones
terribles contra la religión judía, los romanos fueron muy tolerantes y hasta
complacientes en este terreno. Por eso, en la época de Jesús, la situación religiosa
era de completa normalidad. No se molestó a las personas ni se impidió el
funcionamiento de las instituciones.
El centro espiritual de la religión judía seguía siendo el templo de
Jerusalén, edificio grandioso reconstruido con magnificencia y suntuosidad por
el rey Herodes. Era el lugar de mayor fuerza convocatoria: hasta los judíos que
vivían fuera de su tierra sabían que en aquel espacio sagrado Yavé se hacía más
cercano. Cada mañana y cada tarde los sacerdotes hacían las ofrendas del
incienso y del cordero, y miles de creyentes acudían allí para unirse a la
plegaria de sus representantes. En las grandes solemnidades, y sobre todo en la
de Pascua, la ciudad se abarrotaba de forasteros y peregrinos, y los atrios de
la gran explanada, que rodeaban el santuario, hervían de fervor religioso.
La sinagoga, a diferencia del templo, que era único,
abundaban por todas las regiones, aun fuera de Palestina. Eran lugares de culto
e instrucción. Los sábados y días festivos había reuniones mañana y tarde. Se
leía la biblia, que podía comentar cualquiera de los presentes, y se recitaban
los salmos, y otras plegarias atesoradas por la piedad israelita. Así se
mantenía encendido el fuego de las tradiciones históricas, que formaban la
entraña del pueblo. Y la esperanza en la venida del Mesías, alimentada con la
lectura de los profetas, aleteaba sobre todos como un sueño de bendición.
Las autoridades. Los romanos habían permitido que siguiera vigente
la peculiar organización del Estado judío. La máxima autoridad estaba encarnada
en el sumo sacerdote, que en tiempos de Jesús era Caifás; él era el verdadero
jefe de la nación. El tribunal de justicia era el sanedrín, que tenía
competencia para los asuntos civiles y religiosos; podía pronunciar la
sentencia de muerte, pero no la podía ejecutar; este punto estaba reservado al
procurador romano.
El grupo religioso de los fariseos
No conocemos con exactitud el origen de los fariseos. Es fácil que procedan
de los asideos o piadosos de la época macabea. Los evangelios aparecen unidos
a los escribas, con los que tienen una estrecha relación. Estos escribas
eran los intelectuales judíos, los doctores de la ley, los teólogos herederos
de los sabios de Israel; eran hombres de carrera y de sólida formación; por
esta ciencia teológica eran los dirigentes de los fariseos.
Lo característico de los fariseos era su espiritualidad: son
hombres muy fervorosos, que encarnan el ideal de la santidad. El eje que
taladra su vida religiosa es la fidelidad a la Ley. La estudian, tanto
la escrita como la oral, hasta conocer la minucia más insignificante y las
interpretaciones que daban los escribas. No lo hacían por tener erudición, sino
para no incurrir en pecado por su ignorancia. Y con el estudio juntan la más
estricta observancia: pago escrupuloso de los diezmos, que la mayoría de la
gente no pagaba, cumplimiento riguroso del sábado, fidelidad a las leyes de los
sacrificios, guarda de las normas de pureza ritual, etcétera. Y esta práctica
de la ley era lo que, ante la gente, los hacía justos
¿Era muy influyentes? En política, no, porque mantenían una actitud
moderada: no compartían las aspiraciones de los zelotas, que se oponían por la
fuerza de las armas a los romanos, ni apoyaban esa dominación extranjera, como
lo hacían los saduceos. Pero en el terreno religioso, y debido a sus
ayunos, oraciones y limosnas, gozaban de mucho prestigio delante de la gente.
Eran solamente unos 6.000 pero los conocimientos que tenían sobre la ley hacían
que el pueblo sencillo los admirara y hasta amplios sectores les prestaran
simpatía y adhesión.
También tenían sus fallos. Daban una importancia exagerada a la ley,
a veces en contra del bien del hombre, guardaban minucias sin trascendencia al
mismo tiempo que descuidaban la justicia y la misericordia; al creerse por su
santidad superiores a los demás, se volvían orgullosos y se distanciaban de los
ignorantes y de los pecadores. Por todo esto tenían que chocar con Jesús.