La situación política en tiempos de Jesús
En el
siglo I de nuestra era, Palestina era una provincia del imperio romano. En los
años del nacimiento e infancia de Jesús quien gobierna en todo el territorio es
el rey Herodes el Grande. Con su habilidad y falta de escrúpulos, haciéndose
amigos del emperador, había conseguido que Roma le reconociera un estatuto
especial. Herodes que no tenía sangre judía en sus venas, pues descendía de una
familia de prosélitos, fue un odioso tirano de increíble crueldad. Los crímenes que cometió fueron espantosos, y
entre las víctimas hubo hasta miembros de su familia. El sobrenombre de Grande
guarda relación con las grandes construcciones que hizo, entre las cuales, y
para congraciarse con los judíos, la reedificación del templo de Jerusalén. A
su muerte los romanos respetaron su testamento, según el cual el reino quedaba
repartido entre tres hijos suyos: Filipo ocupó el territorio del norte del
Jordán, Arquelao heredó el dominio de Judea y Samaría y Herodes Antipas se
quedó con Galilea y Perea.
Este
segundo Herodes interviene en la vida del Bautista y de Jesús. Juan le echó en
cara los desórdenes de su vida conyugal; la consecuencia fue meterle en la
cárcel y hacerle decapitar. Con Jesús, que le llamado “zorro”, tuvo un
encuentro momentáneo durante el proceso entablado contra él. Pilato, quizá para
deshacerse de aquel engorroso asunto, se lo había enviado con el pretexto de
que Jesús era galileo y pertenecía a la jurisdicción de Herodes; éste se burló
de Jesús, tal vez despechado porque Jesús ni siquiera le habló.
Arquelao,
que gobernaba las regiones de Judea y Samaría, fue depuesto por Roma, y desde
entonces ejerció el gobierno directo un procurador romano. En tiempos de Jesús
desempeñaba ese cargo Poncio Pilato. Él era quien llevaba los asuntos
financieros. Administraba también la justicia, para lo que disponía de un
tribunal propio, el único que podía ejecutar las sentencias de muerte. Y era
comandante militar de la región; para ello tenía unos 3.000 soldados de tropas
auxiliares, no de legiones romanas, con los que vigilaba cualquier movimiento judío
que pudiera alterar el orden público. Su residencia habitual era Cesarea, en la
costa mediterránea; pero subía muchas veces a Jerusalén, sobre todo en los días
de fiesta cuando los muchos peregrinos judíos, quizá fanáticos y violentos,
podían armar cualquier sublevación.
La situación económica
La economía
de Palestina no era nada próspera. Una fuente de ingresos era la agricultura:
trigo y cebada, higueras, viñas y olivos. Los bienes que este capítulo producía
eran escasos. Judea tenía un suelo pedregoso y estéril; sólo en Galilea había
valles fértiles, y las lluvias eran siempre escasas, inciertas e irregulares.
El nombre bíblico dado a la tierra – “que mana leche y miel” - era un nombre pomposo nada más. La pesca
queda reducida al lago de Genesaret. Se cría ganado mayor en Galilea, mientras
al sur abundan los corderos, que se vendían en gran cantidad para los
sacrificios.
El
comercio y los servicios tienen su asiento en las grandes ciudades, como Jericó
y Jerusalén. En esta capital hay que destacar la economía del templo. Los
ingresos de esta institución eran copiosos y provenían de varios capítulos: el
impuesto religioso de dos dracmas que debían pagar cada año todos los judíos,
los donativos de los peregrinos, el comercio de las víctimas para los
sacrificios, la venta de la sangre de las reses para fertilizar las huertas,
etc. En honor a la verdad, hay que decir también que a cargo del tesoro del
templo corrían varios servicios y atenciones sociales.
En
conjunto, el nivel de bienestar era muy deficiente. Y no sólo porque la tierra
no fuera fecunda, sino porque gravitaban sobre sus habitantes las
contribuciones de la potencia dominadora. Y encima, desde hacía varios siglos,
este país de Jesús había soportado la sangría de no pocas guerras y tropas
extranjeras de ocupación.